Un impacto. Ese impacto. Aquel momento lo cambió todo. El coche contrario rodando barranco abajo. Sirenas. Policías. Interrogatorios. Acusaciones. Y por fin, calma. Una calma falsa, impregnada de dolor y culpabilidad. Juré que recompensaría a la familia de la mujer fallecida en el accidente, haría lo que fuera. Un año después, ese juramento quedó enterrado, no sin dejar ese rastro de vergüenza y culpabilidad que se intensificaba cada vez que recordaba ese día. Una llamada. Esa llamada. Aquel momento lo cambió todo. Unas simples palabras. ".... ha muerto". Y en ese instante lo sentí todo. Dolor, rabia, impotencia. Juré que vengaría la muerte de mi madre, que encontraría al superviviente del accidente y le haría sentir lo mismo que sentí yo. Sabía que eso no estaba bien, pero la rabia me cegaba. Un año después, esos sentimientos se desvanecieron, dejando en su lugar un vacío irreparable.