Harry nunca quiso ser de la realeza. El pensamiento de estar al mando de ese reino tan injusto, tan discriminativo hasta hipócrita lo deprimía. Lo único que él quería era cambiar la infame forma de reinado, pero no era algo tan fácil. Las ''reglas'' eran simples. -Cualquier acto de robo o intento de ello tiene una sola condena; El Calabozo. -Cualquier persona que ofenda a la iglesia católica deberá cumplir con prisión domiciliaria por 30 días. -Cualquier acto homosexual público puede ser denunciado y en ese caso la persona denunciada será aislada del reino. -Los asesinos tendrán una semana en el calabozo para despedirse de sus familiares y luego serán ejecutados en la horca. -El adulterio está terminantemente prohibido. El castigo será determinado por la gravedad del acto. El reinado del Rey Dess XI podría parecer perfecto, casi como un pueblo de cuentos, claro, de día. Pero de noche era dueño de actos abominables al ser humano con esas infelices máquinas de tortura. Harry creía que tendría que pasar el resto de su vida siguiendo el protocolo. Competir contra otros príncipes en juegos tontos para obtener la mano de alguna princesa de algún reino vecino a los 21 años. Al cumplir los 25 años se convertiría en rey si su padre le concediera ya el reino. Harry sabía que todo sería de ese modo. Pero Harry no sabía que conocería a cierto príncipe que venía a competir por la mano de su hermana como otros. Y Harry no sabía que él alteraría todo lo que él creía que sería su futuro. ''-Louis, ya déjate de juegos. Esto es serio. - Dijo como pudo- Se supone que has venido a buscar a tu princesa y luchar por ella, no a... esto. Louis sonrió y lo acercó a él aún más. -Bueno.. algunos príncipes no están destinados a encontrar a su princesa.- Se acercó lentamente al oído de Harry y susurró - Aunque, creo que ya he encontrado a la mía. La tengo tan cerca mio que voy a desvanecerme por su exquisito aroma.''