Nos acercábamos a la muerte cada vez que nos desvestíamos para que la otra observase. Dios nos miraba al follar, enorgulleciéndose de haber puesto tanta agresividad en esos cuerpos tan perfectos, tan simétricos entre sí. Pero nosotras reíamos, ¿para qué íbamos a creer en ningún dios teniendo a la mujer perfecta entre las piernas?
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