Cada tarde subo a la torre más alta del castillo donde él está encerrado desde hace ya cinco años. La escalera es empinada y parece que está tapizada de recuerdos de aquel tiempo cada vez más lejano. Cuando llego a la sala redonda donde él me espera mi respiración es fatigosa; aquella juventud que parecía eterna empieza a abandonarme, él, sin embargo, sigue igual que aquel día en que nos separamos, solo en sus ojos se adivina el paso del tiempo, la soledad, la esperanza vencida. Siempre fuimos buenos compañeros, el mundo parecía creado para nosotros, nuestro pequeño reino era fértil, frondoso; los frutos y los animales estaban al alcance de la mano, y nosotros no dudábamos en cogerlos. Él me acompañaba en mis partidas de caza aunque no disfrutaba como yo la emoción de cabalgar tras la presa, la excitante proximidad del peligro al enfrentarme cara a cara a una fiera. Mientras yo me entregaba a aquellas fiestas de sangre y carne palpitante él se recreaba en la belleza que nos rodeaba, en el agua que corría por todas partes, en los prados cubiertos de hierba fresca. Y los dos reíamos sabiéndonos dueños de todo aquello. Él prefería la poesía, los libros; en nuestro castillo encontraban abrigo todos los poetas, todos los juglares que cantaban a mujeres imposibles, reinas crueles y distantes que se apoderaban del alma de los hombres. Yo sabía que él esperaba a una mujer así, soñadora y altiva, el ser más bello sobre la tierra. Yo me conformaba con el amor efímero de las muchachas hermosas que poblaban nuestro reino. Tuvimos algunas aventuras compartidas, fueron las más dulces, las más apasionadas, amar a la misma mujer nos unía más, nos hacía más fuertes aún. Pero pronto uno de los dos se cansaba y el otro no tardaba en seguirlo, había tantas cosas fuera, tantas promesas, tanta vida por delante.Tüm hakları saklıdır
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