4 parts Ongoing La traición duele, pero no al que la comete. Incluso aquel a quien beneficia la traición, desconfía, pues sabe que puede convertirse en una amenaza.
Esa frase, esa maldita frase, es lo único que se repite en mi mente, una y otra vez, como un mantra, como un conjuro. Como si fueran las únicas palabras que pudiera pronunciar.
Traición.
Estaba allí, en esa sala blanca, sentada en una fría silla de metal frente a un ventanal, desde donde podía ver y escuchar todo a mi alrededor. Pero aquellos que se encontraban del otro lado de ese cristal, no podían ver ni oír nada. Y él estaba allí, detrás, consciente de que lo estaba escuchando. Por eso no apartó la mirada del espejo ni un solo segundo mientras confesaba todas las mentiras que alguna vez me dijo.
Un hilo de sangre corría por su pómulo derecho, ahora morado, producto de las palizas que seguramente le dieron horas antes. El solo pensar en lo que le hicieron me retorció el corazón. Pero entonces, esa palabra volvió a atravesarme como una daga afilada.
Traición.
Había escuchado todo. Cada palabra. Y mi cuerpo, junto con mi mente, empezaban a desmoronarse. Mi mundo entero estaba quebrándose. Pero no iba a dejar que él lo notara. No iba a darle ese placer. Porque, aunque no pudiera verme ni oírme a través de ese espejo, sabía que podía sentir cómo comenzaba a derrumbarme.
Iba a destruirlo, así como él acababa de destrozarme a mí.
Alexander Renderson, junto con lo que quedaba de su familia, se reduciría a nada. Yo misma me encargaría de eso.
Y él, también lo sabía.