Durante la noche o cuando había poca luz solar, podía ver mi reflejo en la vitrina, veía los pequeñas y delicadas ondas oscuras caer por mis hombros adornados de finas costuras del mismo color de la tela que cubría mis brazos y todo mi cuerpo, dos ojos de un color chocolate plástico y un pequeño hilo negro, medio torcido por los años, que hacía de mi boca. Y con el mismo vestido floral, de tela oscura y un poco desgastado. Había escuchado decir que no podían arreglarme porque entonces perdía el valor, se suponía que la tienda era de antigüedades y no tenía sentido que usara telas que fabricaban en las industrias.
Donde el corredor argentino, conocido por su facilidad para chamuyar, cae ante una chica Ferrari
Donde Julieta, sin querer, cae ante el argentino chamuyero