Susanne tiene planteadas una serie de metas que lograr en la vida -eso si no quiere convertirse en una perdedora como su madre-, y múltiples complicaciones para conseguirlo, comenzando con su mal carácter, lo poco femenina y asocial que es, y terminando con los problemas económicos. Es un desastre, pero también es terca como una mula.
Brendon Urie, por su parte, lo tiene todo, excepto un cerebro que carbure correctamente. El tipo está hueco. Hueco, y adinerado, como ésa clase de personas que Susanne odia con toda el alma, y sin embargo, él podría ser su única salvación.
Lo odia. Odia su maldita sonrisa, odia su ropa de diseñador exclusivo, odia que crea tener la razón en todo -justo como ella-, odia que no le guste la pizza, odia que se compadezca de ella, odia el aroma que despiden su ropa y su cabello, odia escuchar su risa, y odia tener que verse obligada a aceptar su oferta. Lo odia, sí. Pero... a veces también le agrada porque, aunque esté lleno de vicios, también puede tener virtudes.