La imponente construcción a la que había preferido entrar antes de pasar la noche expuesto a aquella terrible tormenta, era una de esas casas antiguas que mezclan la inconfundible marca de realeza con la lobreguez de un cementerio antiguo. La casa se encontraba deshabitada hacía ya tiempo lo cual se podía apreciar por el mal estado de las interminables columnas de los grandes pasillos, la ya no delgada capa de polvo que cubría la gran mesa del comedor, por las numerosas telas de araña que buscaban la escasa luz que penetraba por las hendijas de los ventanales clausurados con gruesos maderos y cadenas oxidadas y por el mal estado que le pude apreciar al jardín cuando entraba a toda prisa.
En el gran salón principal había una descuidada chimenea que aún era utilizable y busque refugio en sus llamas para alejar el frío que es tan típico en esa región de Tamsilvania. Desesperados mis ojos y manos buscaban algo que despertase el mínimo de interés para hacer más amena la noche ya que el retumbar de los truenos y el resplandor de los relámpagos no me dejaban dormir en lo absoluto cuando, entre tantos libros de botánica y de misterios, encontré un pergamino en perfecto estado de conservación que mas que años, parecía que acababa de ser colocado en ese polvoriento librero. Este curioso manuscrito relataba la historia de La Duquesa Emilia D'Bournet y El Duque Claus D'Bournet quienes fueron los antiguos dueños de esta maravillosa mansión.
Según estaba escrito la señora Emily fue una chica de gran corazón, con un rostro angelical, una voz tan melódica que se decía que calmaba a las bestias y con un gusto por la naturaleza, especialmente por las rosas blancas, la cual sufrió la desgracia de ser entregada en matrimonio al señor Claus, un político de unos cincuenta y tantos años, de escasos modales, con un gusto interminable por la bebida y que solo quería a la pobre Emily para satisfacer sus más primitivas y sórdidas necesidades...