Su rostro está a escasos centímetros del mío, el corazón me late tan fuerte que me da miedo que ella lo escuche, contengo la respiración durante un momento para luego respirar de manera acelerada. Mi rodilla toca imperceptiblemente sus piernas y un extraño hormigueo cruza mis mejillas. -¿Quién iba a pensar que terminariamos en un armario? Dijo con una sonrisa ladeada. -Te lo dije, no debimos venir.