Dos chicos. Mateo y Clary. Una aplicación. Spotify. Un destino. El amor.
Clary: Wait, what? ¿El amor, dijiste?
No interrumpas.
Clary, dulce y encantadora.
Clary: Oh, gracias. Pillo.
Mateo, torpe y arrogante,
Mateo: Eso no lo permito.
Clary: Pero, está diciendo la verdad. ¿Te enoja eso, señor arrogante?
Mateo: Yo no soy arrogante, si soy bello que el mundo lo sepa.
Clary: ¿Ven por qué aquí no puede haber amor?
Mateo: Ya, miénteles más. Todo el mundo sabe que estás enamorada de mí.
Clary: ¿Cuál fue la primera palabra con la que te describió el reportero?
Mateo: ¿Torpe?
Clary: Ding, ding, ding.
Er, ¿Puedo continuar?
Mateo y Clary: ¡NO!
Como decía, ellos esconden muchos secretos...¿Qué dices? Ah. ya se lo digo. Mateo, lo siento pero tu nana dice que si otra vez dejas tus calzoncillos del hombre araña en la bañera, los colgará en tu ventana.
Clary: JAJAJAJAJAJAJA ¿Así que te crees el Hombre Araña? No veo tu telaraña.
Mateo: ¿Aquí hay cámaras?
Clary: Oh, ¿así que vas a usar tus poderes contra mí? JAJAJA
No, lo siento. Sólo grabación de voz.
Mateo: Bien. Pues para lo que escuchen, miren esto. Sí, ajá. Le estoy sacando el dedo corazón a mi amiga aquí al lado.
Clary: No me digas que de tu dedo saldrá telaraña. No, no, ya sé. ¡Tus poderes se quedaron en tu calzoncillo!
Corten la transmisión.
Mateo: Se lo estoy acercando a la cara.
Clary: ¿Por qué reemplazaste a Peter Parker? ¡¿Qué pasó con Mary Jane?! La espantaste con el horrible diseño de tu ropa interior ¿verdad?
AHORA.
Mateo: Ahora lo estoy menean...
FIN DE TRANSMISIÓN.
No la buscaba a ella, ni siquiera me parecía importante su jodida existencia. Pero la vi. Y eso lo jodió todo.
La primera vez que vi a Anastasia, no fue una elección. Fue una coincidencia. Una de esas que se clavan en la piel y te carcomen la cabeza. No era especial. No era alguien que mereciera mi atención. Y, sin embargo, en cuanto la miré, no pude dejar de hacerlo.
Me obsesioné.
Como un puto animal en busca de presa, la seguí con los ojos, con el pensamiento, con cada maldito resquicio de mi conciencia. No había razón lógica. No había un propósito más allá del deseo irracional de verla temblar.
Anastasia no lo sabía, pero ya era mía.
Y cuando finalmente la tuve frente a mí, cuando supe que no podría escapar, entendí algo: no era solo deseo. No era solo obsesión. Era el placer retorcido de poseer algo que nunca debí tocar.