Antes de enfrentarse al Rey Marino, Genos ya estaba destrozado por un recuerdo.
Cuatro años antes:
-Pues a mí me gusta tu pelo- comentó el chico, para luego desviar la mirada al otro lado de la pista por donde caminaban. Unos estudiantes calentaban, distraídos a ellos.
-Gracias- murmuró ella, atuzando un rizo esponjoso que colgaba sobre su pecho-. A mí me gusta... -volteó el chico rubio, ansioso a su flirteo- el color de tus ojos.
El chico se sonrojó, resaltando en su piel pálida.
-No es para tanto- restó importancia, rascando su nuca y buscando una salida fácil con la mirada.
Ella lo tomó del hombro, retrasándolo para que le devolviera la atención.
-Claro que sí. Son hermosos. Son el mar enmedio de este campo-y le sonrió al chico en la manera en que sólo el Sol sabe hacer.
Se sonrojó aún más, sonrió tímido y con esa timidez, la besó tiernamente.
Desde entonces, mucho tuvo que pasar para ser separados.