El Sol se alistaba para dormir en el horizonte. El viento fresco jugaba su última partida con el ichu antes de retirarse a los contrafuertes andinos cortando el paisaje con su monótono silbido. En las alturas, la nube formaba caprichosas figuras, las que viajaban perezosamente sin saber a donde. Algunas aves silvestres, pasaban revista sobre los huevos de su nido, removiéndolos con el pico antes de incubarlos como modo de asegurar el calor necesario para sus pichones en formación. Al pie de la quebrada, los cerros se entrecruzaban para embotellar a las aguas de la laguna. El espejo de agua duplicaba al paisaje con asombrosa facilidad. A lo lejos, un solitario colibrí se afanaba por llenar el buche con el néctar que aún quedaban en las flores, que para entonces, dicen los abuelos, todas eran necesariamente blancas, como copos de nieve.