Una tarde fría de otoño, con complejo de invierno. El sol estaba apagado dando paso a la luna que, en todo su esplendor, contemplaba el mundo a sus pies. Koa regresaba a casa. Las horas habían volado, como sus pies al son de la música. Su coleta alegre y despeinada se tambaleaba de un lado a otro mientras subía las escaleras. Yo iba con ella. Abrió la puerta con un: "¡Mamá, ya estoy en casa! Tengo un hambr..." No dijo nada más, la oscuridad envolvió su corazón, tapó toda su esencia, desaparecí. Creí conveniente empezar por aquí, el momento en el que Koa me olvidó, borrando de ella parte de su ser. Al verse sola en el mundo, la desesperación impotente de la muerte. Era una tarde fría, con complejo de invierno, cuando el corazón de Koa quedó helado.