Un mundo opuesto al propio es bienvenido, siempre y cuando llegué a complementarlo. Samuel, un jóven escualido y normal de 17 años había alcanzado sus sueños. Aparentemente. Solo supo que estaba incompleto hasta que aquel surfista de grandes mejillas le hizo observar desde otro punto de vista. Guillermo de 19 años se auto-nombraba feliz por ser un pedazo de plástico andante. Talvez tarde, talvez a tiempo abrió los ojos al mundo real gracias a Samuel. Lo correcto no es creerse, si no ser.