Darío Segundo Foncea de Madrid trabajaba construyendo casas en la ciudad de Parral. Vivía en San Ramón, por lo que debía viajar más de dos horas todos los días para llegar a su destino. Tanto Parral como San Ramón eran en ese entonces pequeñas ciudades que estaban creciendo, pero se diferenciaban en que San Ramón es el único pueblo que nació sobre pastizales de hierbas amarillas, que aún no conocían el frío y el abrumador calor del asfalto que otros pueblos tenían solo en calles principales, y que otras ciudades ya habían adoptado como estilo de vida, y tenían una contextura tan suave y abrigadora, que las personas locales las usaban como toallas y sábanas. Tenían una suavidad tan tentadora, que Darío Segundo Foncea acostumbraba a andar descalzo, tal como lo hizo a partir del día que nació. Andaba con sus pies descubiertos desde que salía de su casa, pedía aventón a algún carretillero, y hasta que llegaba a las praderas donde la empresa inmobiliaria que lo había contratado se ubicaba. Era tanto su afán por no cubrir sus pies, que siempre regresaba a su hogar con heridas, debido a lo rústico de su trabajo. Cuando María del Rosario Cárdenas llegó por primera vez al hogar de Darío Segundo Foncea, reconoció de inmediato la fortaleza de su construcción, y le consultó el origen de la casa, y además de no poder responder, recordó con nostalgia el día de su segundo nacimiento y el vigor de la juventud que sentía que se escapaba de sus manos.