―Esto no es un juego... ―caminé a el golpeándole el pecho, el me tomó de las manos para detenerme.
―Alexa... ―me solté y me di media vuelta, miré el anillo aun en mi dedo, lo acaricie y le di un par de vueltas para sacarlo. Lo apreté en un puño y solté un fuerte suspiro. Volví a verlo, me acerqué a el, subí mi mano derecha y le acaricié el rostro, cerró los ojos y una lágrima escapó. Pasé mi pulgar para sacarla, me acerqué más a el y lo besé con ternura, puso una de sus manos sobre mi cintura, me separé de el y tome su mano alejándome, dejando el anillo sobre esta―. Lo siento.
―No Alex, yo lamento haberte entregado todo de mí... ―solté su mano y me alejé de él―. No quiero volver a verte... ―mi voz se quebró, me di media vuelta y lo miré, no dejaba de ver el anillo sobre su mano―. Lárgate de aquí ―su mirada estaba llena de tristeza, me dedicó una ultima mirada.
El avanzo a la puerta, tomo la perilla y se detuvo, sus hombros se tensaban; el se giró y me miro, sus ojos estaban rojos y llenos de lagrimas apunto de salir.
―Siempre te voy a amar Alexa, siempre... ―decidido, giró la perilla, la puerta se abrió y salió cerrando la puerta con delicadeza.
―Y yo a ti Alex... Siempre.
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El pueblo de Wilson es tranquilo, regido por sus costumbres y creencias religiosas muy estrictas, donde Leigh ha crecido, siguiendo cada regla y pauta como se le ha indicado. Un pueblo donde no se recibe con mucha gracia a los recién llegados así que cuando Los Steins se mudan a su lado, Leigh no puede evitar sentir curiosidad.
Los Steins son adinerados, misteriosos y muy elegantes. Lucen como el retrato perfecto de una familia, pero ¿Lo son? ¿Qué se esconde detrás de tanta perfección? Y cuando la muerte comienza a merodear el pueblo, todos no pueden evitar preguntarse si tiene algo que ver con los nuevos miembros de la comunidad.
Leigh es la única que puede indagar para descubrir la verdad, ella es la única que puede acercarse al hijo mayor de la familia, el infame, arrogante, y frío Heist.