La soledad, el egoísmo, la fatalidad y la envidia no son atributos exclusivos del ser humano. Los dioses también los sufren y manifiestan. La única diferencia es quizá la escala divina a la que acontecen. Cuando un hombre se convierte en el último dios en la Tierra, sólo puede temer a dos cosas: el fin de su inmortalidad y el encuentro con otro dios.