Era invierno y estaba sentada en la mesita del Starbucks con su café de vainilla y canela tomando notas como loca sin saber que a unas cuantas mesas de distancia estaba el hombre que se volvía loco por ella. Nunca se habían hablado, nunca se habían mirado, pero un día pareció que todo tenía sentido y que el destino parecía querer unirlos, no solo a ellos sino a varios.