"Padre nuestro, que estas en el cielo..." Aquel joven de verdosa mirada soltó la primera estrofa de aquella conocida oración en tan solo un susurro con la voz quebrada y temblorosa, pensando en esa bella y tóxica mirada que le iluminaba los días, o eso creía. Estaba decaído y deprimido todo el día, nadie sabía que hacer y los que pensaban saberlo, se equivocaban. Sus días eran una rutina, se levantaba y solo tomaba café, luego iba a su trabajo de medio tiempo en una cafetería en una zona no muy agradable, pero cerca de su casa, y tomaba más café, sin comer ni una sola porción de nada. En la tarde se dirigía al cementerio, todos los días, sin falta. Allí se quedaba por horas llorando, maldiciendo y culpándose. Volvía a su casa tarde y cuando lo hacía, rezaba. Rezaba por el dueño de cada lágrima derramada a las dos de la mañana cuando despertaba por algún sueño relacionado con aquel joven de azulada mirada. Todo iba igual... Hasta hace unos meses. Harry no lograba mantener sus ojos abiertos, había estado llorando demasiado. Entre sollozos, el joven logró oír su celular sonar, quitó los restos de sus lágrimas y secó sus ojos para así poder leer correctamente el mensaje. Pero al leerlo, la sangre se le heló y su rostro empalideció, más de lo que ya estaba. Sin saber que hacer o como actuar ante tal cosa, se dirigió a la casa de su amigo, Niall. Al llegar toco, o más bien azotó, la puerta. "¿Qué haces aquí? ¡Son las dos de la madrugada!" "Me habló." "¿De qué estas hablándome?" "Louis... Es él... Lo sé." "¿Por qué crees eso, Harry? ¿Y si alguien te está jugando una broma?" el rizado, sin decir nada, extiende su teléfono. "Puedo volver, Hazz, pero necesito tu ayuda."
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