Prólogo
Bip, bip, bip...
Ese extraño sonido hacia que me palpitara de dolor la cabeza, si había una palabra que me describiera en esos momentos la indicada seria adolorida, oh espera había otra, desorientada.
Abrí lentamente mis ojos, la claridad de la habitación me inundo inmediatamente, una punzada de dolor justo a mi cabeza. Lo intente nuevamente parpadeando repetidas veces, y poco a poco me fui acostumbrando a la luz.
A mi derecha se encontraba la maquina que emitía los pitidos, mi brazo izquierdo tenía varias agujas y mi brazo derecho estaba enyesado. Lo extraño era que solo me dolía la cabeza.
No recordaba que había pasado conmigo, y porque me encontraba en el hospital. Mis pensamientos fueron interrumpidos por el sonido de la puerta quejándose con un chillido mientras era abierta. Por esta entro un hombre alto, mayorcito de algunos cincuenta y tantos años, con el cabello blanquecino hasta la raíz.
-Buenos días señorita Wilson -saludo cortésmente y se acerco a mi camilla-. Soy Sebastián, seré su neurólogo mientras este en el hospital.
-¿Neurólogo? -dije. Mi voz salió ronca y pesada. Necesitaba un poco de agua, hasta ese momento no me había dado cuenta lo sedienta que estaba.
Sebastián leyó mis pensamientos y me sirvió un poco de agua de la jarra que estaba en mi cómoda del lado derecho de la cama.