Está bien entrar en el coro de la iglesia cuando tienes doce años. Y vale, incluso está bien continuar en él con dieciséis. Con veinte, que te pongan de maestro de canto religioso es hasta aceptable. A no ser que tengas vigilándote a un cura homófobo y que tu madre, también homófoba, bendiga la mesa cada noche dando gracias a que eres así. Pero es que Blas no es así. En el décimo aniversario de su entrada al coro, o a la secta religiosa que en la que están sus familiares más cercanos, comprendió de malas maneras que le pone más cachondo mirarle el culo a su mejor amigo que el que su novia le meta mano. Y, ojo al drama, su madre odia a su novia. Y se piensa que llegará virgen al matrimonio. Y también piensa que no tiene fantasías sexuales, solo el que es su deber reproducirse y conservar esta bella especie humana. Sus fantasías sexuales son con un chico. Y el cura, que resulta ser su tío, dice que eso es pecado. Así que, no le queda más que rezar, que Dios nos pille confesados.'