Desde el día que nació, el destino de Lyssel fue escrito. Nació con la media luna en el pie. La media luna que haría de salvadora y de cadena en su vida. En Syril-Miar, la tierra donde los ángeles una vez habitaron, el destino de cada ser está escrito por los dioses. Cuando una niña nace, su marca decide a cual de las doce familias pertenece. Su destino es ser dada en matrimonio al miembro más joven de la casa. Para asegurar que lo que aman es el corazón, hasta su quinceavo cumpleaños no pueden verse, sólo escribirse. Pasan sus años aislados, dedicados a ser preparados por sus tutores para llegar al ser más perfecto posible, al ser que su media naranja amará el resto de su vida. Drai-ka odia las cartas. Odia escribir a Lyssel. Odia no saber cómo expresarse. Odia sentir que en cada carta que le envía, la complicidad prometida parece más alejada e inalcanzable. Por eso le pide a su hermana gemela que le escriba sus cartas. Rin-se fue un error de los dioses. Nació con la marca de una casa extinguida. Desde su nacimiento, los sabios decidieron que era la encarnación de un presagio, que simbolizaba el destino de su propio hogar. Su lugar, dicen, está en la sombra de su gemelo, velando en su vigilia y en sus sueños, asegurando que su linaje continúa. Pero los dioses nunca se equivocan, sólo los humanos confunden, en su ignorancia, el verdadero mensaje que esconden...