Ese día fue común; lo mismo de siempre: millones de besos, centenares de ilusiones y entre dos corazones, uno que quedaba en pedazos. ¿Qué ironía, no? Pensar que un corazón se puede destrozar segundos después de haber llegado justo al éxtasis de la plenitud. No sé si sabía lo que sentía, no sé si fingía no saber; sólo sé que dolía pensar que al acabar de hacer el amor, su amor, se esfumaba también. Fríamente me miraba, como si nada hubiera pasado, una vez más mis labios rozaba y decía: "Ya es tarde, debes marcharte. " Yo asentía como cada vez, sonreía y me marchaba pensando en ella. El camino se hacía largo por la ausencia de su piel, y los sentidos se aceleraban deseando tenerle otra vez. Mi noche llegaba, y ahí estaba ella, con sus "te amo" confusos y sus expresiones de amor. Ella... ella era mi confusión. Erick me miró, cabizbajo sentado en la barra de un bar desolado. Se paró ante mí y posó su mano en mi hombro. -¡Levante!. -Ordenó. Alejé su tacto de mi piel y me levanté. -No sé si no sabe o finge no saber, pero mientras lo descubro, seguiré jugando su juego y seguiré perdido en su maldita piel.