Los tibios lengüetazos que impregnaban de saliva los dedos del pie derecho de Samuel y que poco a poco lo despertaban, se convirtieron en mordiscos que lo hicieron sobresaltar violentamente en la cama, haciendo que Rachell también despertara con el corazón desbocado ante el susto, mientras trataba de acomodarse los cabellos revueltos. -¿Qué haces aquí? ¿Cómo has entrado? -le preguntaba a Snow que se paraba sobre sus dos patas traseras y movía enérgicamente el corto rabito. Rachell empezó reír bajito, mordisqueándose el dedo pulgar al ver a su hermosa mascota sobre la alfombra, entusiasmado con los reclamos que Samuel le hacía y automáticamente se le congeló la sonrisa en el momento en que él clavó su mirada en ella. -¿Quién le dejó la puerta abierta al perro? -preguntó con los párpados entornados, buscando la culpabilidad en Rachell. Aún no superaba esa sensación de ternura y ferviente deseo al verlo recién despierto, con sus párpados hinchados, sus cabellos desordenados y su boca más roja, haciéndola realmente apetecible. Así que no pudo retener ese suspiro que revoloteó en su pecho y lo dejó libre.
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