Si digo que mi vida es fácil, miento.
Si digo que es complicada, miento.
Si digo que nada me sale bien, miento.
Si digo que puedo con todo, miento.
Por lo tanto, miento continuamente.
Sigo atrincherada dentro de mi talante algo borde y desabrido, para luchar contra mis propias inseguridades.
Nunca me ha gustado nada en particular de mí, tampoco hay nada que desprecie tan profundamente que me odie por ello.
Será ese el rasgo que mejor me define, no pretendo caerle bien a nadie, ni ser especial para nadie, ni tampoco imprescindible.
Reconozco que ya no soy una adolescente regordeta y acomplejada físicamente, sin embargo, asumo mi incapacidad de serie, para congeniar con el sexo opuesto.
Debe de ser que busco el romance perfecto y por lo tanto imposible o, que me marcó a fuego, el aroma del niñato que me desvirgó con 18 años y, que fantaseo con encontrar a alguien que me remueva las tripas, como me sucedió aquella vez.
Empiezo a estar cansada de besar a sapos, que me convierten en rana.
Empiezo a estar cansada de no sentir nada al besar dos veces al mismo sapo.
Empiezo a estar cansada de no sentir nada.
Arthur Zaens, un multimillonario frío y desalmado que ha vivido en la oscuridad desde la desaparición de su esposa, dejándolo solo con sus dos hijas gemelas. Desesperado por encontrar una niñera que cumpla con sus estrictas expectativas, Arthur conoce a Lía, una ex escritora y editora recomendada por un amigo. Aunque su relación comienza de manera conflictiva, con discusiones y malentendidos desde su primer encuentro en un bar, Lía se convierte en la persona que poco a poco transformará la vida de Arthur y de sus hijas, desafiando su frialdad y cambiando su mundo para siempre.