La pequeña Adra fue arrancada de las entrañas de su madre por el dios sumerio Anu en venganza por el asesinato de su primogénito, Enlil, a manos del dios romano Júpiter. Ella, ajena a su procedencia, creció cómo esclava de Enki, segundo hijo de Anu. Anu procuró a Adra una vida repleta de crueles y severos castigos pero, tras el acto de amor más grande del que jamás se imaginó ser testigo, le devolvió la libertad entregándosela de nuevo a su familia. En aquel instante fue dónde dio comienzo la verdadera penitencia de Adra. No existía condena más dura que la de separarse de Enki.