-Tómate esto en serio, Connor.- cierro los ojos porque es lo único que quiero en este momento; ser el polvo que se desvanece con una ráfaga de viento. -Los sueños son cada vez más frecuentes. Y siempre a la misma hora. - al principio no responde, solo es capaz de tamborilear los dedos sobre la mesa como si estuvieran hechos a tal efecto. -¿A qué hora exactamente? - me pregunta y suelta una risa temblorosa. -A las cuatro de la madrugada. - aseguro; después subo la mirada y él prieta su mandíbula. -¿Qué ocurre? -pregunto torciendo el labio; parece incómodo. -Es la hora exacta a la que morí -comenta frunciendo el ceño. Intento ocultar el estremecimiento que me recorre el cuerpo ante la palabra «morí» y, con la cabeza dándome vueltas, le miro. Y me quedo mirándole la espalda hasta que desaparece por la puerta y me siento desnuda, como si no quedara nadie para protegerme del miedo.