La vida de Lucia había sido siempre igual. Pasaba el día pensando en el mañana, sin notar que la vida se le pasaba sin haber vivido nada, sin haber sentido nada que la llene completamente por dentro. La monotonía la aburría, pero no la desprendía de su rutina, la disconformidad continua ya la había adoptado como algo usual, en fin, se acostumbró a la infelicidad constante. Hasta que llegó una persona que a pesar de convivir rodada de fantasmas y miedos, supo aceptar ese ser que parecía no tener luz propia para encenderlo hasta hacerlo brillar al máximo.