Era una noche fría y oscura, él estaba sentado al pie de su cama con las rodillas recogidas hasta su pecho, apoyaba la frente en ellas atormentado por sus pensamientos y remordimientos, sin poder dormir una vez más. Se sentía cansado más que nunca, pero menos que siempre. Pasaron horas cuando por fin logró reunir las fuerzas necesarias para levantarse y caminar hacia el espejo. Vió su reflejo, no era él, no se sentía como él, sus ojos estaban lejanos, su rostro ya no era su rostro, su sonrisa se había convertido en una tristeza permanenteme tatuada en su rostro, se sentía vacío, la poca esperanza que lo mantenía vivo había desaparecido. Dió un golpe al espejo y tomó un frasco de la repisa mas alta, lo tomo con mucha fuerza, como si se aferrara a algo, como si aquel pequeño frasco contuviera su vida. Volvió a sentarse en el suelo, al pie de su cama, pensaba, miraba el frasco y lloraba. Por primera vez en la noche tuvo miedo, pero estaba decidido, nada ni nadie podría detenerlo.
Thea viaja a la otra punta del país como estudiante de intercambio y la familia que se ofrece a acogerla es una que ella conoce bien.
Erik, el único hijo de la familia Nolan, y Thea solían ser mejores amigos desde pequeños. Siempre estaban juntos y eran inseparables. Pero todo cambió cuando ella tuvo que mudarse. Por más que Thea insistiera en mantener el contacto, él se negó a saber nada de ella.
Ahora que Thea es mayor de edad está decidida a obtener respuestas y si debe perseguirlo hasta el fin del mundo para conseguirlas, lo hará. ¿Por qué Erik se porta como si la odiara? ¿Por qué se negó a saber nada de ella? Y, por sobre todas las cosas, ¿por qué quiere que ella se vaya a toda costa?