El día 2 de mayo de 1998, yo morí. Ahora, donde quiera que sea este sitio en el que estoy, recuerdo los últimos minutos de vida como algo incalculablemente preciado. Nunca habría imaginado que podría haber muerto de aquel modo; con Draco sujetándome la cabeza, escondidos, apartados de la gran batalla que se disputaba en Hogwarts, rogándome desesperado que mantuviera los ojos abiertos. Posaba su frente sobre la mía mientras que nuestras narices apenas se guardaban un centímetro de distancia. Su jadeo entrecortado ardía sobre mi piel casi congelada. Difícilmente podía escuchar la cantidad de plegarias que susurraba con su tiritante voz. Todas ellas pedían una sola cosa: que mi corazón volviese a latir. El traje negro que él llevaba quedó manchado de la sangre que salía a borbotones de la herida de mi estómago. Una lágrima humedeció mi mejilla. Estaba llorando. Últimamente no paraba de hacerlo. Sentí el cálido roce de sus labios en mi frente. Todo su cuerpo temblaba. En ese preciso instante, antes de exhalar mi último aliento, recuerdo cómo comenzó todo. Y es que esta historia, empezó con un susurro.