Esa noche descubrí donde me llevaba mi cuerpo dormido, ese otro "yo", ese yo asesino. La cabaña era una blasfemia en sí, tenía cruces pintadas con sangre, groserías y maldiciones. Señas de lucha y sangre abundaban, apestaba a muerte. ¿Acaso sonreiría el diablo si miraba aquel altar? Créditos a Andrés Chinchilla por ayudarme con la historia.