Si os digo que en realidad yo era de los buenos no me creeréis, ¿verdad? Si os digo que sencillamente estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado tampoco ¿verdad? Se lo intenté explicar a ÉL pero estaba de mal humor por eso de la guerra y las traiciones y no me hizo ni puto caso. Y así es como acabé yo en el infierno. Bien, una vez resuelto el primer punto (en el que debería de haber quedado muy clara mi inocencia), os diré que pretendo regresar al cielo. Y para ello hago méritos. La cosa no es justa, pero todos sabemos que Él no es justo. Para ir al infierno solo necesitas levantarle la voz y decirle: Me parece que… a-… el helado de chocolate está más bueno que el de fresa. b-… me gustan más los hombres que las mujeres. c-… prefiero los gatos. ¡No! Los ángeles no tienen opinión. Di algo así en SU presencia y las alas te durarían menos que a una mosca comatosa en el pupitre de un niño de once años. Pero para volver… ¡Ay, amigo! Para volver todo es mucho más complicado. ¿Creéis que vale con pedir perdón o un arrepentimiento sincero? ¡No! Perdonarme podría implicar que se equivocó conmigo y ÉL NUNCA se equivoca. Así que he tenido que recurrir al plan B: Asilo Político.