Jodido. Ése ha sido mi estado de ánimo casi desde que tenía ocho años. Tener ganas de desaparecer entre la multitud de gente, de querer camuflarme para que nadie notase mi presencia.
Y seguí así tal vez hasta los doce, trece años. Sí, más o menos cuando entré en la ESO. El problema aumentó cuando mi carácter salió a la luz; ahora comenzaba a importarme que esos necios me insultaran, que osaran siquiera mirarme, que fueran capaces de hablar de mí sin conocerme.
Energúmenos.
Guardo recuerdos, imágenes, sonidos... pero sobre todo momentos inconexos, sin sentido. Como si vieras una foto, y de pronto te la quitaran para enseñarte otra, esos segundos entre una y otra, esos momentos en blanco eran los que yo tenía cuando trataba de mirar atrás en mi vida; y no sólo eso, sino que hasta ahora la mayoría de los que mantenía vivos eran de rabia, de dolor, de ansia, de sed.
Una, bueno, más bien dos. Dos de esas "fotos" que mantenía en mi cabeza... todavía las recuerdo como si fuera ayer.
"Siempre habrán ángeles en el infierno y tentaciones en el paraíso."
Polos opuestos, llamados por el destino.
Zehra una mujer con cara angelical, aura de diosa, cuerpo de infarto que irradia elegancia y clase por donde quiera que vaya.
La vida de Zehra no era para nada diferente a las demás, no hasta que lo conoció a él. A un hombre sombrío, sin escrúpulos, arrogante, y narcisista. Su vida dio un giro de 360 grados, cuando después de una larga y temerosa noche se despertó en un lugar completamente desconocido para ella.
Entonces la acción inició. Su vida ya no era aburrida, porque el peligro, los problemas, y los deseos explícitos yacían parte de ella. Aquel hombre la sedujo, el se hizo adicto a ella, la hizo su sumisa, su mujer, y la reina de su gran imperio.