N°2 DE LA SERIE "AMOR EN UN MUNDO INCLUSIVO"
ESTA OBRA HA SIDO PUBLICADA POR NOVA CASA EDITORIAL.
La maestra de piano le enseñó dos cosas importantes. Primero, le dijo que para tocar música no es necesario oírla, sino sentirla. Y segundo, que así como no hay luz sin oscuridad, como no hay bondad sin maldad, tampoco es posible la música, sin el silencio. Y ella, se lo creyó.
Aprendió entonces que la música es vibración, y que solo necesitaba dejarse llevar por ella para poder sentirla, para poder vivirla, para poder tocarla. Percibió que las melodías podían ser rápidas o lentas, tristes o alegres, suaves o fuertes, y así, mientras leía las notas en aquella partitura, se dejaba llevar por las vibraciones internas que mezcladas por las producidas por el piano creaban el único sonido que ella era capaz de emitir, los de las teclas del piano, porque ella era sorda de nacimiento.
Pero un día se dio cuenta que la música estaba dentro suyo, que su corazón aceleraba sus latidos, que sus piernas se aflojaban, que su mundo colapsaba cuando él, Daniel, estaba cerca de ella. Y él había sido quien había traído la música a su vida, la música del piano y la de su propia alma. Era él quien hacía vibrar su interior con solo ser parte de su mundo, quien llenaba de melodías la quietud en la que vivía, por lo que cuando él se fue, la música también se acabó.
Y es que crecer duele, y la pobreza es la enemiga de los sueños, pero entonces, sumida en el más profundo y absurdo silencio causado por la desazón y los problemas de la vida, ella recordó la enseñanza de la maestra, no hay música sin silencio, y así su corazón volvió a latir y en su silencio volvió a sonar aquella melodía.
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