Dirás que lo tengo merecido, que advertencias me sobraron, y que el que juega con fuego siempre sale quemado. Cuando él nació, el sol le hizo reverencia, las aves cantaron a la vida, el día lo bendijo y el verano lo nombró su campeón. A mi me prohijó la noche, me besó la luna, y el invierno me marcó como suya. Él, creció rodeado de hermanos que se gozaban con sus poderes, yo tuve que ocultar los míos para sobrevivir. Sin habernos visto siquiera, aprendimos a odiarnos, la primera lección que se nos enseñó fue que la existencia de uno es la muerte del otro. Él es el calor del sol, la fuerza de la montaña y el verde de la tierra en un día de verano. Yo soy la ráfaga helada, el páramo desolado y el frío en una noche de invierno. Él es vida. Yo soy muerte. Él es verano, yo, invierno. Entonces, preguntarás, ¿por qué jugar con fuego? ¿Por qué o mejor dicho cómo terminé enamorándome de él?