Era muy temprano de mañana en las afueras del Instituto de Moscú, en Rusia; la temperatura rozaba el grado bajo cero, y solo una loca como yo podría pretender cazar algo con este clima. Divisé un ciervo desde la rama más alta de un pino, tense el arco, apunte, y estaba a punto de disparar cuando el animal sale despavorido; mi visión periférica, ampliada gracias a la runa para ver de lejos, capta una sombra negra. Al enfocar mejor, veo el rostro de un muchacho, rasgos finos pero adustos, ojos de un negro brillante y misterioso, el cabello rubio y la piel bronceada. Me sonrió, era una sonrisa peligrosa, el tipo de sonrisa que te invita a la oscuridad.