«Una pluma negra se depositó con delicadeza sobre el alféizar de la única ventana abierta del castillo Gosford. Una ventana que siempre permanecía del mismo modo: sus hojas de madera, ennegrecidas por la fina cortina de lluvia que impregnaba el pueblo de Markethill, nunca entraban en contacto, pues él debía tener acceso permanente al edificio».