-Sam, ¡perderás el expreso!, y este es tu primer año, recuerda querida... ¡Hogwarts! -gritó desde la cocina la madre de la Samantha Whornwood; La peculiar niña de once años recién cumplidos dotada de largo, crespo cabello negro y ojos tan azules como los de su padre.
La joven era sangre pura, no poseía mezclas de sangre en su familia y había heredado el competitivo y codicioso carácter de su padre, que a su vez, competía con el dulce e inocente de su madre.
La niña se apresuró a bajar las escaleras con una mezcla de emoción, nervios y mal humor. A pesar de todo, la sonrisa de oreja a oreja de su madre pareció conmoverla, lo cual la obligó a forzar una pequeña sonrisa.
Estaba muy nerviosa ya que ese iba a ser su primer año en Hogwarts y no quería retrasarse. Por lo que todos les habían contado era un lugar maravilloso y Sam por alguna razón lo sabía, solo que a veces su carácter no le permitía demostrarlo.
Ese día, la vida de Samantha Whornwood iba a dar un pequeño giro.
Ese día, tal vez se le abrirían las puertas a un mundo totalmente desconocido por ella.
Ese día, Samantha Whornwood entraría a Hogwarts, colegio de magia y hechicería.