Estaba desconsertada, sus ojos cerraban de forma involuntaria mientras que yo, sosteniendo su débil cuerpo, me encontraba atónito en aquella habitación tan fría, oscura y vacía. Su piel se tornaba pálida, sin brillo alguno y helada al tacto. Esas manos que alguna vez acariciaron mi rostro con ternura, estaban inmóviles. Poco a poco la veía alejarse de la vida, dejándome sin nada en este mundo. Ella era lo más valioso que yo tenía.
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