La primera vez que la vio fue durante una reunión en el Monte Olimpo. La verdad era que no disfrutaba de este tipo de cosas, aunque no era como si tuviera nada mejor que hacer de vuelta a su castillo de mármol. Aún era joven, con solo un par de cientos de años, aunque no lucía mayor de dieciséis, con una sonrisa nerviosa y ojos color esmeralda que caían a sus trémulas manos con demasiada frecuencia. Aún era joven y no cargaba con la culpa de lo que sus padres habían hecho. Quizás, algunas cosas como la encendida cola de una luciérnaga o la parpadeante chispa de una estrella sólo estaban destinados a brillar en la oscuridad.