Observé como las gotas de agua se deslizaban por la ventana del taxi como si fueran reptiles al acecho de su presa. Mi frente absorbía el frío del cristal mientras mis ojos seguían las líneas de la carretera poco iluminada de aquella noche tormentosa. Las luces de la ciudad de Seattle solo creaban nostalgia en mí, recordándome el día de mi partida hace dos años, el día del funeral de mi madre, el día que dejé atrás mi pasado y me mudé a la casa de mis tíos en Arizona. Mi padre no podía hacerse cargo de mí, o eso es lo que decía mi alcohólico progenitor, sin embargo, no le faltó tiempo para meterse en el mundo del juego y de las substancias ilegales. Ahora, era él el que reclamaba mi presencia, obligándome a cursar el último curso del instituto con mis antiguos compañeros. Pero todo esto tenía un fallo. Ese fallo tiene nombre y apellido: Kyle Dixon.
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