Lo vi en el pasillo. En ese momento el sentimiento inundó mis pestañas, mis manos temblaban y mis dientes se juntaban con furor. Era el amor, inocente y malvado amor, aquel que me recorría, provocándome tan intenso dolor. Tal tortura me maltrataba día y noche, despierta o en cama. Imposible de evadir, siempre presente. Y así es como me hartaba yo, al principio dulce y serena, pero ahora en días tardíos rebelde como una fiera. Yo, Agatha Stone, la adolescente que había decidido asesinar a su amor platónico. Porque cuando este sentimiento sienta tan profundo, mejor matarlo. Ya que la pérdida siempre resultará más agradable que la lejanía cercana.