Escudriño su rostro a hurtadillas. Con los labios rosados, el pelo rubio, los ojos grandes y la piel tan clara, no parece otra cosa que una muñequita de porcelana. Pienso por enésima vez en lo preciosa que es; allí, aferrando el libro de Oscar Wilde como si le fuera la vida en ello, sosteniéndome la mirada. Sonrío con tristeza. Una pena que esté condenada. Y yo también.All Rights Reserved