Hoy cumplo 122 días sin que la cuchilla toque mi piel, sin que tan suave y fina cuchilla con filo único, abra una herida que deje cicatriz. Tengo bastantes, unas más pequeñas que otras, pero las tengo y cada una me recuerda algo por el cual lo hice, recuerdo mi cortada más profunda y dolorosa y no lo digo por lo onda y larga, si no por el recuerdo que me trae. Recuerdo que le dije a mi madre que me había caído, y ellas sin preguntar nada me creyó; está en mi muñeca, nadie la nota. Recuerdo todas las lágrimas que he derramado a veces reprimidas y otras, fingidas y falsas. Unas las he sobre actuado o solo son histéricas, pero también tranquilas, reales, serenas y espontáneas. Naturales, sentidas, desconsoladas, divertidas, trágicas, y cómicas. Abundan en la infancia y se van administrando, reprimiendo y controlando poco a poco con el paso de los años y, sobre todo, con el impacto de la educación, los amores que se van y nos llerén, los amigos falsos, los malos entendidos, las discusiones con tus padres, tus hermanos o el adiós que nos dolerá toda la vida, incluso sin derramar lágrimas. Hay muchas otras de diferentes tipos, sin duda he llorado cada una de ellas; finas, rápidas, lentas, solitarias, duraderas, efímeras, ligeras.
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Dogman, un policía dedicado y recto, jamás imaginó que su vida se entrelazaría con la de Petey, un ladrón enigmático con un pasado complicado y un clon que actúa como su pequeño "hijo". Lo que comienza como una misión para capturarlo, poco a poco se transforma en una relación llena de tensiones, secretos y emociones inesperadas.
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