Los chicos treparon por los escalones y se asomaron a la ventana. Estaban arrodillados en el cemento, manchándose de cal las rodillas. Para ellos esas manchas eran un signo de triunfo, acaso un trofeo que se llevaría cada uno a su casa, hasta que sus madres las vieran y quisieran deshacerse de ellas.
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