Siempre fue una bobada para mí; el internet y sus frivolidades me hacían reír. Si bien disfrutaba de conocer nuevas personas sin rostro, también amaba alardear de más. Mentir de mi edad o lo que hacía día a día no era grave, más bien era una forma "precavida" de omitir mis datos reales; sólo me quería divertir cada solitaria tarde después de una jornada laboral. Conocí a un chiquillo de diecisiete años, futbolista y músico amateur. Asistía a una secundaria en mi misma ciudad, le gustaba el rock y estaba aprendiendo a tocar el bajo. Estaba seguro que aquel "niño" no era más que un gordo calvo de más de cuarenta con apetito sexual de menores. Seguí su jugarreta diciéndole que era estudiante en la universidad y que no sobrepasaba los veinte años. Debía admitir que poco a poco me había comenzado a acostumbrar a hablar con él y ya no me martirizaba pensando que todo lo que me decía era falso; su forma afable de escribir había tocado mi corazón. Pero un día nos vimos cara a cara y grande fue mi sorpresa cuando me di cuenta que el mentiroso era yo...
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