Días atrás fui testigo. Una espectadora. Simplemente una inocente chica que vio su vida resquebrajarse por completo frente a sus propios ojos. Pero... si me detengo a estudiarlo, a sopesarlo detenidamente, no fue lo que descubrí sobre mí lo que me rompió. Fue todo lo que perdí en el proceso. Soporté todos mis descubrimientos y miedos. De pie. Sí, de pie. Pero aferrada a la vez. No fue hasta que el fuerte agarre que me mantenía altiva cayó a mis pies, derrumbado, que me sentí explotar en diminutos pedazos. Fue cuando el muro de supervivencia cayó que perdí el equilibro y me abandoné a la oscuridad. Ya no existe nadie con el poder de reintegrarme en la superficie. Ya no. Y es por eso que ya no me importa qué tan perdida estoy. Qué tan muerta en vida me siento. Para mí, todo acabó cuando sus ojos vacíos miraron por última vez los míos.