Ella siempre lo miraba. Cada movimiento, cada palabra, cada, sonrisa. Ella siempre estuvo ahí, mirándolo. Él nunca lo notó. No se dio cuenta de que era poseedor de esas orbes, esas que siempre lo observaban. Siempre fue así, hasta el día que ella cerró los ojos. Fue obligada a mirar hacia otro lado, obligada a abandonar a quien amaba observar. El dolor la obligó a olvidar, y no volver a abrirlos. El, por otra parte, se sintió solo. Había algo diferente. Ya nadie lo ojeaba. No estaba esa persona, la que siempre lo miraba. Fue después de su partida que él se sintió inseguro, abandonado, desahuciado. Empezó a extrañar la presencia de esos ojos siempre posados en el.
1 part