Te conozco desde siempre, casi podría decir que en mi mente aún viven las escenas de cuando nos cambiaban los pañales al mismo tiempo. Recuerdo que, a los seis años, resbalé del columpio y mi cara pagó las consecuencias. Tú te acercaste a mi y me ayudaste a levantar, luego, besaste mi mejilla. La cosa más normal del mundo para un par de niños de primaria. A los catorce, mi atrofiada capacidad deportiva rompió una ventana, el tipo de la casa salió con una pala vieja para darme una lección... y tú me empujaste para que corriera, alcanzando a recibir un fuerte golpe en la espalda, pero no te importó, corriste tras de mi y escapamos juntos con las manos entrelazadas. Ay, Frankie. Si hubiera sabido que quedarme ahí me llenaría de prejuicios y miedo a la opinión de los demás, me hubiera ido contigo, y no tendría que rogarle al universo que me contestaras por accidente, porque sabiendo que soy yo, ni de broma lo harías.
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