Enciendes tu computadora como cualquier otro día y comienzas a navegar sin rumbo, algo muy común en estos días; todo puede comenzar inocentemente (como muchas cosas en esta vida) al dar likes o abrir artículos en Facebook, pero poco a poco lo que ves en tu pantalla se convierte en algo que no imaginabas. Algo parecido a cuando abres YouTube y por culpa de un solo video que hayas visto, se despliega un sinfín de sugerencias que en realidad nada tienen que ver con tus gustos, pero sigues ahí. Dando click a diestra y siniestra mientras caes en el juego de la red. Este sentimiento o caso de ser inducido por las herramientas digitales a qué ver y qué no ver, surte mayor efecto cuando se encuentra cara a cara con algo que llamamos morbo; es decir, con la confrontación de lo prohibido. Y con este artículo vamos a un término medio entre dos extremos: no es hallarte en el penoso acto de estar viendo bloopers uno tras otro, pero tampoco es entrar en el círculo delictivo de la deep web. Existen páginas a las que suele llegarse por accidente (en el mejor de los casos) y hay algo que despiertan dentro de nosotros que no es asco ni repudio, es esa necesidad extraña por seguir viendo cosas que nos perturben.